Desde Kampala a Entebbe, donde está el aeropuerto, hay apenas cincuenta kilómetros, pero se me hicieron interminables.
Cada kilómetro esta señalizado con un gran cartel en rojo restando un numerito, y yo los iba contando uno a uno. El taxi que me tenia que llevar al aeropuerto, lo habíamos llamado un par de días antes, vino con mas de media hora de retraso a buscarnos, porque, no lo habíamos previsto, los viernes por la tarde, Kampala es intransitable.
No habia atasco, atasco, era un trafico lento,con paradas, que dicen los expertos, vamos lo que mas te jode cuando tienes prisa… y llegué justito a facturar el último de la fila.
No hubo tiempo para despedidas, ni largas ni cortas, porque además, en este aeropuerto sólo entran los viajeros con billete. A la media hora estaba sentado en el airbus de Brussels camino de Nairobi, con destino a Bruselas.
En en tráfico aéreo el camino mas corto no suele ser el mas barato y si además, miras con lupa que empresas dejan llevar mas kilos de equipaje, las opciones se van reduciendo y puedes encontrar mejores precios si te dejas llevar haciendo escalas.
Sin mayores contratiempos que los supercontroles de los aeropuertos, que son exhaustivos, he llegado a Madrid. Resulta que los controladores no adivinaban lo que llevaba en la mochila, porque a traves de las maquinas de rayos X, la madera de ébano, por su densidad, supongo, debe parecer metal, y en Bruselas tuve que sacar todolo que llevaba en la mochila, ponerlo en bandejas, a la vista, y volver a pasarlo. Aun con todo el todo el tío, confundio un abrebotellas de ebano, con una pipa de fumar, en fin cosas de la ignorancia…
En Medinaceli, con el mono de un mes sin probar el pan, ni el jamon, no he podido resistir la tentación, y como el tiempo era escaso, diez y seis minutos ha advertido el conductor, he pedido una ensalada y me he guardado el bocata para el bus, para irlo degustando , sin prisas, poco a poco, para algo sirve la experiencia, camino del hogar, dulce hogar.